Ayer no, y mariposas.
Hoy tampoco, una y otra vez, más tiempo, más esfuerzo, más trabajo, y tampoco, pero mariposas.
Mañana puede que sí, incertidumbre: seguro, cavar hacia el diamante que quizá no exista: también, un poco más, porque mariposas.
Mariposas, ganas, pasión, obsesión hasta la frustración más profunda y la capacidad para construir a la persona más feliz del mundo. La única sensación lo suficientemente fuerte por si misma para crear y hacer creer a cualquiera que un día lo puede lograr.
Quizá no pase, existe la posibilidad de que Marc Márquez no vuelva a ganar una carrera de motos, o de que cualquier otro que, no solo sueña con un objetivo, sino que lo madruga, lo trabaja y lo persigue durante toda su vida, con más o menos mariposas por momentos, no lo logre; pero si al escribir o leer este párrafo, el estómago de alguien se ha encogido hasta refundar la imposibilidad, da igual, porque va a seguir intentándolo.
Y en esas está lo injusto, afortunado y cruel de poder exigirte a ti y a quien te siente alrededor, e incluso lejos. Todo por unas mariposas que no paran de moverse en el estómago, pueden calibrarse más o menos veces, medir la fuerza del abatimiento con el que empujan los latidos, el cuerpo y sobre todo la mente un día tras otro, pero si se sigue pensando en ellas, hasta para volver a valorarlas, siguen ahí.
Ojalá saber hasta cuando hacer caso a las mariposas o aprender a vivir con ellas, disfrutar del aprendizaje del camino y todo eso de la senda es lo importante de la meta, pero Marc y cualquier otro con el estómago repleto de mariposas quiere ver la línea de meta, la bandera a cuadros el primero y el escalón más alto del podio.
“Mariposas” debería tener final feliz, en este blog, en el mundial de Moto GP y en el objetivo de cualquiera con ellas, pero lo peor y lo mejor es que si fuera un final triste, no importaría, porque Mariposas.