La imagen internacional de la mayor superpotencia del mundo y sus aliados se halla cuestionada. En ese punto se encuentra la relación entre Estados Unidos y Europa tras las publicaciones de Edward Snowden, exempleado de la Agencia de Seguridad Nacional, al periódico The Guardian.
Por una parte, la canciller alemana, Angela Merkel, acusa a Estados Unidos de ser espiada telefónicamente, junto a otros líderes mundiales, mediante el programa de vigilancia electrónica denominado PRISM, al que únicamente tiene aceso Estados Unidos y los miembros de la NSA, a los que se les acusa directamente de estas prácticas, mientras se cuestiona el conocimiento que Obama puede tener sobre esto.
Tras estos acontecimientos, la imagen internacional de las mayores potencias del mundo y de sus representantes políticos no pasa por su mejor momento. Los métodos de espionaje de Estados Unidos siempre han contado con la gran excusa, muchas veces no justificada, de servir al mundo como uno de los mayores sistemas de seguridad internacional, pero ahora, cuando se espía a los aliados a los que pretendían proteger, las escuchas internacionales no son respaldadas por la configuración del acuerdo entre naciones que protege los derechos humanos, entre los que se encuentran la preservación de la intimidad a la que el espionaje atenta.
Todas las partes, las que espiaron a los aliados y las que pudieron facilitar alguna información para que lo hicieran, plantean la idea de una política internacional turbia. En esa situación se encuentran los más de treinta países europeos espiados por Estados Unidos y que, liderados por Angela Merkel, se encuentran ante la decisión de condenar los hechos del gobierno de Obama o proteger las relaciones con los aliados americanos.
La crisis económica ha hecho que países como España, Portugal o Grecia se rindan a Alemania, que ha adquirido un importante poder sobre la Unión Europea. Estados Unidos sabe que Merkel dispone de cierto dominio sobre Europa y es quizá por esto por lo que podría haber decidido pinchar las comunicaciones para estar al tanto de todo lo que sucede en el Viejo Continente. ¿Desde cuándo los aliados se espían los unos a los otros? Esto es lo que seguramente se estén planteando la mayoría de los dirigentes políticos del mundo, por lo que se deduce que Estados Unidos desconfía y teme a Europa.
Es posible el comienzo de uan nueva guerra fría, sin fronteras y cada vez con más bandos. Cuando se pensaba que Europa era acosada por la inteligencia de espionaje estadounidense, la propia Agencia de Seguridad Nacional culpa a los servicios secretos españoles y franceses de ser ellos los responsables de la filtración de datos.
Merkel, aliada mayoritaria de Estados Unidos, y las demás potencias europeas, entre ellas España, deben afrontar estas sospechas con cierto distanciamiento. Lo lógico y bien sabido es que la desconfianza surge del miedo. Sin embargo, no resulta tan asequible encontrar una razón contundente para espiar millones de conversaciones de ciudadanos, gobernados por supuestos amigos.
La tensión que genera el porqué de las escuchas se ve ensanchada por cuatro meses de silencio desde el comienzo de las polémicas intrusiones estadounidenses. Aun así, la mayoría de los países europeos se resignan, desbordados, cuando parece que lo único que tienen claro es el temor por significarse, complicando así la situación.
Posiblemente, lo único claro sea que el espionaje norteamericano, acentuado por la duda sobre la procedencia de las escuchas, supone una muestra más de que hoy en día, y no solo en cuestiones internacionales, no nos fiamos ni de nosotros mismos.
Marina Gómez, Carlos Rodríguez, Scott Adams Spires y Laura Morato.